El niño y el buitre
El calor es asfixiante en Sudán. Para la mayoría de la
población no hay agua, ni existen servicios de desagüe adecuados. Es un
territorio árido en medio del desierto en el que imágenes como esta ponen a
temblar a más de uno. Un niño escuálido, desnutrido y desamparado porta una
pulsera de la ONU, mientras a solo unos metros lo persigue la muerte. Es un
buitre que acecha a la criatura desde una corta distancia, esperando a que esta
de su último aliento para alimentarse de sus vísceras. El niño mira al suelo,
sus pequeños dedos intentan aferrarse a la tierra en señal de ayuda. Un collar
blanco rodea su cuello, y en su pecho sus huesos delinean el sufrimiento de
muchos como él en el continente africano. Rodeando al buitre y al niño, la
grama crece en diferentes pedazos de tierra seca. La imagen acaba de ser
capturada por un fotógrafo que tiene prohibido acercarse mucho al pequeño
personaje. Su simple oficio consiste en retratar a un ser olvidado por las
grandes masas, un ser al que el tiempo ha sido cruel al igual que las
condiciones que lo rodean.
El caos azota Vietnam. El humo se desprende por el pueblo
asfixiando a los niños, mientras el fuego hierve dentro del área de combate.
Estadounidenses y soviéticos luchan en una guerra sangrienta sin fin. En la
acera, las criaturas corren buscando refugio, mientras el calor les quema los
pies. Un soldado prende un cigarrillo más, indiferente a los cuerpos desnudos
que lo acompañan huyendo del desastre. Un niño descalzo mira a la cámara
horrorizado, mientras a su costado una niña desnuda clama piedad. Ambos han
dejado a sus familias, escapando de cañonazos y perdigones, sin saber cuándo
podrán regresar. Sus voces se pierden en el éter, sin que una señal de ayuda se
perciba en el horizonte. La niña con los brazos abiertos parece que fuera a
tomar vuelo, pero la realidad no la dejará escapar del asfalto. Detrás de esta,
un pequeño mira reflexivo a los soldados que marchan, tratando de reconstruir
las piezas de esta tragedia de la que es partícipe. Su inocencia quedará retratada en una foto
que llegará a todas las esquinas del mundo. Esta vez, en la lucha por el poder,
el género humano ha trastocado límites, y los menores están pagando las
consecuencias. Una verdadera escena de terror, que hace mirar con otros ojos a
la humanidad del siglo XX.
Sueños. Algarabía. Emoción. Jugadores del equipo peruano,
tanto titulares como suplentes, celebran el gol de Christian Cueva que nos
acerca más a la próxima Copa del Mundo. Un rebote producto de un tiro libre
inesperado se acaba de introducir en el rincón superior derecho de la portería
del arquero rival. Christian Cueva, tras marcar el tanto, corre a abrazar al
entrenador Ricardo Gareca, como un niño anhelando el abrazo de su padre por
haber realizado un acto heroico. La estrella del gol, rodea con sus brazos al
técnico mientras cierra los ojos, como si quisiera atesorar un momento íntimo
con aquel hombre que creyó en él desde el comienzo. Gareca, por su parte, con
el cabello despeinado producto del frenesí del momento, siente la emoción de un
resultado que rompe con un maleficio: nunca se le había ganado a la vinotinto
como visitante. Con esta victoria, el Perú se suma a la pelea por un pase al
mundial, un tan ansiado sueño que tiene a 33 millones de peruanos expectantes
con el corazón latiendo.
1992. El GEIN ha capturado a una de las piezas claves del
terror de los ochentas. Abimael Guzmán, con gafas oscuras, porta un traje de
líneas negras y blancas de recluso, mientras un guardia lo mira fijamente
tratando de entender la expresión de su rostro. Este vil personaje está detrás
de una reja inquebrantable, mientras es asediado por cámaras que buscan captar
una escena que seguramente pasará a la historia. El presidente Gonzalo, a pesar
de estar encarcelado, no parece desistir en su lucha por pregonar sus ideales.
El puño en alto que muestra no es otra cosa que el marxismo leninismo en todo
su esplendor. El terror ocasionado por este vil personaje ha dejado más de
60,000 muertos en el país, así como muchos desaparecidos. Familias enteras
desconsoladas han visto perecer a sus seres queridos por un movimiento basado
en una ideología perversa. El líder de Sendero creyó que derrotaría a cuanto
opositor se le presente en el camino, pero la justicia finalmente lo ha detenido.
Ese día, el terror comienza a desvanecerse, mientras la luz se imprime en el
territorio peruano. Nunca hay que olvidar que, pase lo que pase, el bien
siempre terminará derrotando al mal.
Erguido firmemente delante de una mesa, el futuro presidente pasa
a juramentar. A su costado, la congresista de Fuerza Popular, Luz Salgado, lo
observa seria y con los labios cerrados, esperando a que el momento culmine. Su
bancada repudia a quien está a punto de tomar las riendas del país. La
indiferencia que delinea su mirada hace a más de uno reflexionar si se siente
cómoda de estar en esa ceremonia inaugural. Detrás del mandatario, una parte de
la bandera del Perú cuelga medio inclinada, logrando plasmar la incertidumbre
que incita una escena tan importante como esta. El presidente no tiene aliados
en un parlamento tan divisivo. A su lado derecho, se encuentra a su vez una biblia
de páginas rojas, un objeto sagrado que atestigua que está a punto de
responsabilizarse de 30 millones de peruanos. Kuczynski procede a hablar, donde
medirá cuidadosamente sus palabras, sabiendo que cualquier error futuro le
costará su puesto en los años por venir.
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